“TOROS EN EL PUERTO”
Hace años bastaba con este cartel colocado en la orilla de cualquier carretera de Andalucía Occidental para que toda la afición taurina de la Bahía de Cádiz y de la Baja Andalucía se fuera dando cita en la taquilla de la Calle Luna, parloteara de toros en el Bar Mezquita o en el Alcázar primero o en el “Aquí te espero” (hoy de Grana y Oro) final, y reviviera lo que Joselito el Grande grabó en mosaico eterno: “Quien no ha visto toros en el Puerto, no sabe lo que es una tarde de toros”. Porque el acontecimiento sobrepasaba el espacio y tiempo de la Corrida para derramarse – y contenerse – en toda la población portuense. Dentro y fuera de la Plaza, antes y después de lo institucionalizado, el Puerto de Santa María rendía culto litúrgico en el día de Corrida a la Tauromaquia y a su Historia.
Porque nada pasó por esa historia que no llevara la firma del Puerto, porque nadie peleó en categoría con Madrid y Sevilla como este rincón gaditano, ni hubo afición que quisiera más a toros y toreros que la que abraza la desembocadura del Guadalete desde fechas anteriores al siglo XVII.
Aquí, en el haber triste de la historia, consta la primera muerte por asta de toro de un torero de ley en la persona de Jerónimo-José Cándido (1771), en un recinto variable en ubicación y estructura, objeto de intercambio de avatares políticos y guerreros, pero que desde 1768 tiene confirmada por autorización real su idoneidad para celebrar corridas de toros, hasta llegar a esta Real Plaza, monumento nacional. Real Plaza inaugurada en Junio de 1880 por nombres-mito como fueron Gordito y Lagartijo, y elevada para tener supremacía contra sus vecinas Cádiz y Jerez; plaza por cuyo albero ha pasado y firmado todo el escalafón taurino de todas las épocas, particularmente en los últimos dos siglos.
Aquí, tierra próxima a terrenos de crianza de toros, tanto de toros dulces de agua de marismas como de toros duros de sierra adentro, se “sabe” de toros, de terrenos, de suertes, de tanto respeto al animal como de admiración al hombre que se pone delante; por eso se premia el sólo saber estar y andar en la cara de los toros, como lo hacían Joselito, Montes, Bienvenida o Galloso. Y lo mismo se festejó el desafío valiente de Dominguín encerrándose con seis toros en una de sus despedidas, como se palmearon por bulerías las verónicas de Paula o se suspiraron los lentos lances de Curro. Todo lo que sabe a toros tiene aquí acogida, categorización y amparo. La banda de música del maestro Dueñas ha heredado ese gusto y esa atinación en su repertorio
Puerto de Santa María, tierra de nadie y de todos, tierra de historia vieja, que sabe integrar el arrojo de un Menesteo venido de Troya, con el alegre divertimento de un Argentonio el tartésico venido de tierra adentro, tierra tanto de reposo del guerrero como de cuna aventurera de Indias, tierra de de cantares alegres para el cuerpo y la voz por su cercanía gaditana, como de los soliloquios tristes de livianas y tonás, o de desagarradas desesperanzas escapadas entre las rejas de su Penal; tierra de creatividad prolija y que sabe el secreto de vivir en su identificación con un Maternaje eterno alegre y protector. Así es este Puerto-madre, villa de los 100 palacios, y pecho nutricio generoso e inagotable que se ofrece placentero desde mil puertas a mil bocas gustadoras de lo sabroso.
Es, probablemente por estas características, por lo que en esta Plaza se sustituyen los ¡Oleeeés! por los ¡Bieeeen!, y los gritos de apoyo tienen esa cercanía y calor que guardan los tiernos suspiros cuando declaman: – “¡Hijo ¡Hijo! ¡Qué bien toreas!.
Es verdad que la historia no te ha dado toreros excesivamente importantes a pesar de ser tú tierra para todos ellos. El “brote verde” de José Luis Galloso, buen capotista, mejor “andador”, que anunciaba Maestrías vacantes se perdió pronto, posiblemente se le enredaron los machos en el humo de la adoración de su pequeño rincón. A cambio, el Puerto fue la cuna del toro español por excelencia que pastorea arrogante oteros y valles por toda nuestra geografía: el “toro de “osborne” que diseñó Manolo Prieto.
Pero sobre todo lo que la Plaza y el Pueblo portuense ofrecían era la compañía. Nada que tuviera que ver con la Fiesta se celebraba en solitario. El Puerto ha dado siempre ese arropamiento cercano que los sucesos de riesgo y arte necesitan para ser llevados a cabo. Aquí se acompañaba al diestro desde el Hotel Santa María en su calesa calle de los Moros arriba – solo Morante lo recuerda – entre efluvios y aromas de su vino fino: ”.. bodegas a la derecha …. bodegas a la izquierda … bodegas al frente … por el valle del arte y del valor caminaban los toreros ….”, mientas las cuadrillas venían desde Los Cántaros después de reverenciar a la Virgen del Olivo a su paso frente a la Prioral.
El olor a fritanga de pescaito en cada portal, las gambas del Romerijo, o el vino fino de los Osborne, Terry, González, Caballero, etc.. prestaban excusas y sabores a cada tertulia taurina, tertulia de la mañana a la noche, y de ésta al día después. Toros en el Puerto era una campanada al aire que reclutaba una liturgia de gente apacible buscadora de goces y sabores buenos, de buenas relaciones con el otro y los otros, de un recuerdo actuado de la plácida y creativa convivencia dialogada.
Los tiempos cambian, y aunque no el estilo de la afición, hoy la plaza del Puerto por su ubicación va evolucionando lenta pero inexorablemente a una plaza turística que acoge la afición taurina de esta parte de Andalucía durante el mes de Agosto. Se ha institucionalizado la Feria, ya no surge espontáneamente como entonces, se han comercializado los toros y los toreros, y la Fiesta cuasi-espontánea de los Toros, se ha ido sustituyendo por el rito del espectáculo. No ha cambiado para bien. Y es posible que el romanticismo se haya quedado en los corazones de una afición que persiste en su forma genuina de ver y sentir los toros.
Pero esta Real Plaza de Toros del Puerto de Santa María será siempre para el buen aficionado una reserva del saber y sabor taurino, y también un espejo en el que cualquier torero que se vista de luces saldrá siempre gustoso de sí mismo.
Y será siempre también este Puerto de Santa María, rincón privilegiado y sabroso como ninguno; lugar de bulla, de buen comer como de delicado beber, de parloteo incesante y de chorros de ingenio puestos al servicio de un quiebro gracioso para la risa en común con el otro, …una forma de encarar seductoramente a la vida ….. o de jugar graciosamente al escondite con la muerte.
Dibujo 135.- Clásico Cartel de anuncios de Corrida de Toros en el Puerto de Santa María.
Primera Novillada. Novillos de Torrestrella.
Entrada floja pero “consistente” en pañuelos y peticiones, en alientos y apoyos, pocos tendidos llenos pero absolutamente familiares para los diestros.
Don Álvaro Domecq que tan bien cuida y protege la línea Núñez de su ganadería tuvo a bien enviarnos seis hermosos novillos, magníficos de presentación, nobles, encastados, variados de capas (los había negros, cárdenos oscuros, un castaño, un precioso berrendo y hasta un hermosos burraco que se desgració al chocar contra un burladero), también variados de fuerza lo que nos permitió ver una novillada entretenida y separada en dos partes.
En la primera, los toros eran tan flojitos y facilones que los tres muchachos pudieron ejercitar en público el toreo de salón que hacen habitualmente en su casa, y así nos pareció que:
José Garrido, alumno destacado de la escuela de Badajoz, estimulado por su compadre Antonio Ferrera y asesorado por el Tato, nos demostró que tiene ….mucha torería.
Francisco Lama de Góngora, de Sevilla, también alumno destacado de su escuela y admirado de El Cid y de Manzanares, tiene …. mucha pinturería.
Y José Ruiz Muñoz, gaditano de Puerto Real, menos placeado que los anteriores, nos pareció que tiene ….. mucho que aprender todavía.
La segunda parte cambió y lo hizo para mejor, mejoraron los novillos y mejoraron los novilleros.
José Garrido con su segundo nos enseñó un toreo clásico, ortodoxo, de hondura, estética y dominio. Se lo tiene bien aprendido el muchacho, y mató de una estocada formidable. Se llevó dos orejas para salir a hombros, la primera por su faena y particularmente por su estocada, la otra … bueno de propina, o por la simpatía que deja siempre haber sufrido un achuchón. De todos modos nos parece que esta categoría de novillero se le va quedando corta..
A Francisco Lama de Góngora, ¡ozú que apellido! Le correspondió el gran novillo de la tarde y probablemente de su vida taurina. Brindó al ganadero y éste debió de hacer alguna señal secreta al ADN del novillo. “Costurero” que ya había hecho una buena pelea en varas, fue creciéndose en torería a medida que Lama de Góngora le iba poniendo la muleta delante y tiraba de ella con temple. El utrero, de muy buena presencia, largo, muy largo, iba haciendo surcos en la arena con su hocico, templando su embestida, dando armonía a sus movimientos, compás a sus pausas. El sevillano supo entender esta sinfonía que llevaba la casta de esa mezcla Villamarta-Parladé que tantas horas buenas ha coronado la línea Núñez, (mejor que la propia banda de la plaza, ayer extrañamente “a uvas”), y le hizo pasar cuantas veces quiso ya fuera alargando el lance, bajando la mano con hondura o en el remate corto de un adorno. No hubo mejor torero en el redondel que Costurero, y Lama de Espinosa supo entenderlo y aceptarlo. No es fácil respetar una obra de arte.
Tras muchos remilgos la presidente, aunque tarde, le concedió el indulto. ¿Cuándo llagará la Democracia a los mandos de esta Institución que nace y pervive como asamblea? Inexplicable el retaso de la decisión presidencial a la petición unánime del público. O tardaba en maquillarse para asomar su manita o estaba mirando para los tendidos llenos de cemento.
Y por fin llegamos al nuevo, a José Ruiz, que el primero solo había dejado una buena estocada y muchas lagunas.
En este segundo, dejó ver una compostura, un estilo de toreo natural, largo, de cintura, no violento ni forzado en el que vimos la sombra alargada de su tío Curro Romero. En sus lances de capa nos repitió el bonito estilo “currista”, de capote pequeño y recogido a modo de “mandil”, de manos bajas, amplios vuelos de la tela y pausas de “paladar y saboreo”, ofreciéndonos además unas valientes chicuelinas más ajustadas a sus partes menos nobles que un tanga. Cuando brindaba al público, el toro se estrelló contra el burladero del 3, y ahí acabó su corta faena. Nos gustaría verle más placeado.
Dibujo 136.- Novillada de Torrestrella: José Garrido, Francisco Lama de Espinosa y José Ruiz Muñoz
1ª del ciclo de Feria: 27 de julio de 2014
Toros: Núñez del Cuvillo, flojos, inválidos los 3 primeros, indignos de esta plaza y de cualquier plaza de toros, con más movilidad los otros tres, 4º y 5º bravos y de aceptable calidad, y un 6º sin ningún apunte de bravura.
Toreros: Juan José Padilla, que vestía un cómodo corinto y oro, El Fandi, un precioso berenjena y oro de cargado bordado, e Iván Fandiño, de un grana brillante (que ahora llaman carmín) y oro.
Entrada: solo un cuarto largo de aforo, muy escasa para las facilidades (económicas) que intenta dar la nueva empresa.
Y hechas las presentaciones vayamos a ver lo que pasó.
Hubo una primera parte, los primeros tres toros, que se pasaron de católicos y circularon el ruedo más de rodillas que a cuatro patas. Requirieron para ello tres “Cirineos” cuya misión consistió en mantenerles en pie a estos bóvido-reptiles hasta su momento final, con más o menos fortuna. Nada que reseñar.
Los tres últimos tenían algo más de fortaleza y una miaja más de recorrido lo que permitió ver y disfrutar del repertorio de Tres auténticas figuras del Espectáculo Taurino. Ellos, Padilla, el Fandi y Fandiño levantaron una tarde que iba cuesta abajo, y lo hicieron con todo el entusiasmo torero “que llevan dentro”. Se llevaron tres orejas y debían de haberse repartido otras dos del ganadero, porque tuvieron que suplantar lo que no había puesto éste.
Para empezar, tanto Padilla como el Fandi, una vez lucidos en banderillas no esperaron a que se arrodillara el toro, se arrodillaron ellos y en esta posición de perdón empezaron a conquistar al público en detrimento de sus trajes. (lo sentimos particularmente por el de el Fandi, un terno berenjena y oro de bordado ricamente cargado, no merecedor de esos malos tratos).
Desde esa posición Padilla escuchó un fandango venido desde el Tendido 1; bien, todo contribuye a la fiesta aunque no sé si el carácter sentencioso de los fandangos es lo idóneo para acompañar momentos de arte o emoción. Una vez agradecido el cante, acompañado unos viajecitos inocentes del toro en su compañía, y ya en posición erecta con la música de viento de la banda de la plaza, pudo rescatar unos pases templados y con aceptable ligazón hasta donde pudo el animal. El “Ciclón de Jerez” se entregó a su público y el público se entregó a él. Mató a la segunda pero el público estaba por agradecerle el esfuerzo y él lo subrayó con una dramatizada queja por haber recibido un topetazo en el pecho a la entrada de la última suerte. Aplausos, vuelta, y una oreja más a su memoria.
El Fandi tuvo que habérselas con el toro más grande y destartalado de la reata y por el que no dábamos un duro en su primer tercio. Brilló David con el capote ofreciéndonos unas vistosas “lopecinas”, y estuvo aún más inspirado y brillante en banderillas donde dio una lección magistral de poderío físico y de habilidad para el temple y el recorte en carrera, carrera torera donde las haya; hasta el toro se hizo “más toro” acompañando al torero en estas correrías. Con la muleta sacó lances largos y templados estimables, ¡lástima que este hombre no tenga activados sus circuitos mentales correspondientes al compás o la melodía para hacer el conjunto de una faena con ligazón! En fin, hizo lo que pudo y supo, que fue más que lo que el toro merecía. Oreja justa.
Iván Fandiño no tuvo tanta suerte en su lote, si este su segundo aguantó más a cuatro patas que el anterior que le había tocado en suerte, fue porque nunca se entregó a la causa, siempre estuvo a la defensiva, sin humillar, acortando el viaje y rematando con cabezazos. Fandiño puso valentía como en él es habitual, además de invocar la de El Fundi en su brindis, para soportar lo que le venía. ¡Claro, es de Llodio!, ese lugar en el que no se sabe si la meseta entra o sale la verde Euskadi, y como tal está acostumbrado a estas razas “de aluvión”, olfateadoras no participantes de ambientes”, como el toro que le tocó, él sabe mantener su idiosincrasia sin descomponerse. Y por eso le dieron su oreja, para que no se sintiera discriminado o huérfano. ¡Ya dijimos que esta plaza tenía a gala ser una madraza!”
El toro tardó en morir y la gente lo aplaudió porque pensó esa señal como signo de bravura. ¡Me extraña ese gesto en la “afición” del Puerto!. El toro no había mostrado ninguna condición de bravo en los tercios anteriores, venía a morir en la querencia a chiqueros, la estocada era ligeramente trasera y tendida, y la actitud del toro no era la de desafiar bravamente la muerte ni de tragarla, sino otra señal más de su encogimiento y no entrega, de su defensa y de la ignorancia de su papel como lo demostró a lo largo de toda la lidia.
Y también añado un “pero” a la banda de música de la plaza, esa banda del maestro Dueñas tan alabada y aplaudida por mí en otras ocasiones. El día de hoy era propicio para su lucimiento porque prácticamente estuvo activa toda la tarde, pero a mi entender la noté con menos calidad y más escasa de repertorio que otras tardes. Tenía tal vez demasiado “viento estridente” en alguno de sus instrumentos y se notó. ¡Oiga! ¡No añada vientos por aquí!, que tanto el colérico “levante” como el frío traicionero “poniente” de nos tocó soportar, se bastan y sobran como elementos irritantes tanto para el alma como para el cuerpo.
Dibujo 137.- ¡Toreros en el Puerto!
2ª de Feria: 3 de Agosto de 2014
Lleno en la Plaza. Lo que no consiguen toros ni toreros lo trae la Televisión. Evidente, al personal le gusta más ser visto que ver; el culto a la imagen y al mundo que la propaga no lo hubiera destruido ni Moisés por mucho empeño que pusiera en ello. La fuerza de tener una imagen que se distribuya por las ondas, donde me puedan ver mi familia, mis vecinos, mis amigos o enemigos, no tiene ningún otro señuelo mejor. Ríase el mundo creando sesudos científicos o extravagantes artistas, lo que realmente tenemos en el fondo del alma es un deseo irrefrenable de compartir pantalla, y que Dios me perdone, aunque sea con Belén Esteban. ¡Cerca de doce mil portuenses y advenedizos lo atestiguamos!.
¡Qué día tan propicio para ver la corrida por Canal Plus sentaditos cómodamente en la Cafetería de enfrente! Pues no, nos fuimos a la Plaza, temprano y arregladitos a ver si algún cámara veía nuestra cara o nuestro gesto y lo juzgaba interesante para dedicarle un pequeño barrido. ¿Qué no salimos en la Tele? ¡Mala suerte! Pero que no se diga que no nos ofrecimos a hacer ese casting visual. ¡Allá ellos si no entienden de estética!
¿Y los toros? .. pues, ya se sabe por estas tierras manda el señor Marqués, así que nos las tenemos que ver con alguna de las líneas de Juan Pedro Domecq, tenga el nombre que tenga, esta vez, venían bajo la divisa de Torrealta.
Justos de presencia, como siempre muy escasos de fuerza que se la dejaban en el caballo y llegaban a la muleta entregados y de rodillas. Algo pasa con estos toros del marqués. No es que sean nobles, por aquello de la cuna, es que son serviles – tal vez por aquello de la obediencia medieval que resuena en esos títulos-, porque los toros más que humillar se hincaban ante lo que consideraban su dueño. De nobles, pasaron a dóciles pastueños, y de pastueños se convirtieron en animales domésticos que es lo que sale por corrales. Estos además tenían la habilidad de hincar los cuernos y darse una voltereta para obsequiar al público con alborozadas costaladas. Así lo hicieron los 3 primeros, y se reprimieron un poco los tres restantes cuando entendieron que no se les reclamaba como toros de circo sino como toros de lidia … ¡Qué no habrá hecho este marqués con aquellas líneas procedentes de Villamarta, Saltillo o de la Corte hasta convertir sus serios toros en animales domésticos-circenses! ¡Ay que olvidados quedan aquellos carteles de “6 toros de muerte” de tiempos de de nuestros bisabuelos!..
De los seis tenemos que “discriminar en negativo” al primero “Surcador” de nombre de 485 kilos de peso, manso por todo lo alto y que salió de los corrales insistiendo en que quería volver a ellos. No hubo ningún lance que no saliera suelto a tablas, ni ningún cite que no se hiciera con el culo pegado a ellas. También el último, “Manchego” de 555 kilos que se volvió ajeno y defensivo. Los otros cuatro restantes, hicieron el juego de la docilidad, y solo uno, el corrido en 5º lugar, de nombre “Repleto” (505 k.) se mantuvo en posición y tuvo algún movimiento para permitir una faena. Los otros, ni para el recuerdo.
Vamos con los toreros. ¡vestían muy bien! Seguramente por aquello de la Tele. Enrique Ponce exhibió un hermoso terno gris plomo y oro de rico y apretado bordado, Sebastián Castella un azul pavo (o azul francia) y oro de diseño actual longilíneo, y Alejandro Talavante un clásico verde botella y oro de no muy estético bordado a flores.
D. Enrique Ponce, que anda en esa duda obsesiva de me voy, me quedo, y que aspira a despedirse en Señor Maestro de todas las plazas, no tuvo suerte. Su primero era particularmente manso y no le quiso ver ni oír a los gritos que le pegaba el diestro. Ni él ni el personal hicieron sitio al reproche, no cabía con aquél mastuerzo que le cayó en suerte y que solo mostró su bravura contra el puntillero levantándose como es moda actual. Quería desquitarse en el segundo, “Bodeguero” de 545 kilos, que salió a su estilo, noble-dócil y flojo-débil para enseñarnos la faena que él sabe: conservar al toro de pie. Nada de cargar la suerte, ni de bajar la mano, ni de traerle de largo al toro, No, que se cae. Faena a media altura, sin apreturas, dando descansos y distancias repetidas, y cuando al animal se le acabó la cuerda empezó él a dar vueltas alrededor del toro toreando aires y retorciendo escorzos. ¡Qué buena técnica gritaba una mujer a mi derecha! ¡Cómo se lo “curra” el tío sentenciaba el viejo aficionado de mi izquierda!. Total que ya se tenía ganadas sus orejas y su despedida triunfal de esta plaza cuando cogió la espada de matar. ¡Y ahí el destino le esperaba con su cara cruel para burlarle una y otra vez con un toro tapado que no descubría su muerte!. Y sonó un aviso, y ¡la espada sin entrar!. Y sonó el segundo ¡y el descabello se resistía! Ahí en el último minuto y casi fuera de control halló sitio el verduguillo. ¡Menos mal!
La gente del Puerto que es buena le aplaudió y le obligó a salir a saludar. Lo merecían su historia y su teatro actual. Se retiró “rebotao” a sus adentros. Enfadado con el destino, con la vida y consigo mismo. ¡que se le va a hacer! ¡cést la vie!
Sebastián Castella tiene una deuda íntima con esta plaza. Aquí, en una sustitución levantó el vuelo de su marasmo afectivo y voló hasta donde ningún francés antes lo había hecho hasta ahora en este planeta de los toros (ni muchos toreros españoles). Es verdad que le tocó el lote más potable, o sea menos “caedizo” de la corrida, pero también es verdad que hizo las faenas más artistas de la tarde, las mejor acopladas a las características del animal y fue quien mostró mayor grado de torería y de un saber estar casi litúrgico acorde con la categoría histórica de esta plaza.
A su primero, “Níspero” de 510 kilos, lo recibió con una buenas verónicas ganándole terreno y rematando un quite por chicuelinas, alguna de ellas nos recordaba a los maestros Bienvenida y Camino por la forma de traer al toro hasta su cuerpo. Lucieron también sus subalternos, Chacón y Herrera en éste como lo hiciera Ambel en el 5º en el tercio de banderillas. Después de pararlo en los medios con cites largos y de pasarlo por delante y por detrás, la nobleza del toro invitaba a un toreo de seda que le propinó en los primeros lances. Cuando el toro bajó en fuerza propulsiva (como los motores) se puso al ralentí y nos dio una lección de toreo a cámara lenta en los medios. Algunos dicen que porque está enfadado con Molés, o Molés con él, quiso evitar que Canal Plus presumiera de su cámara superlenta y así ofreció un repertorio cuya lentificación nos llevaría ya obligados al fotograma seriado, poco televisivo. En fin que estuvo bien y le dieron una oreja que paseó distante, arrogante y autosatisfecho.
Su segundo: “Repleto” de 405 k., fue el toro que más movilidad tuvo de la tarde y de docilidad y nobleza como sus hermanos. Castella se acopló con él en series cortas y ligadas, sin bajar la mano para evitar la excesiva humillación (y caída) del toro, construyendo una bonita y armoniosa faena que culminó con un estoconazo a ley que despachó al toro al otro mundo sin puntilla, sin ayudas capotiles, y de la que el toro cayó caminando a tablas sin tiempo para llegar a ellas. Imagen hermosa por lo terrible que esconde. Otra oreja, otra salida a hombros. El gallo francés ¿remontará el vuelo tras su parada amoroso-biológica? Así lo deseamos.
Y llegó Alejandro Talavante y nos pusimos a esperar su izquierda, ¡lástima que llegara manco!. Su primero, “Lavadito” de nombre se arrodillaba y caía de puro bueno que era, aunque para evitarlo lanzaba unos cabezazos al aire que lo volvieron incómodo e intoreable. Buena estocada entrando por derecho. Hizo lo que debía.
Sabemos que Talavante torea “cuando se lo pide el cuerpo”, así que esperábamos esa llamada para rematar la tarde. Cuando salió un tanto “desgarbao” desde el callejón para enfrentarse a “Manchego”, pensamos que ese cuerpo iba a encontrar armonía en su sinfonía conjunta con el toro. Y en esto, cuando se estaban preparando para ello, salió la “jodía” mujer del cante y le enjaretó otro fandango desde el tendido. Aquello les desequilibró a ambos, a torero y toro que no fueron más buenos más que defendiéndose uno del otro.
Ya lo dijimos, el fandango es un cante para oír, pero no para acompañar un compás. Tiene sus sentencias, sus ”dichos” o sus lisonjas, tal vez sea bueno para toreros lenguaraces o “filosoferos” como Lagartijo o el Guerra, o incluso Antoñete, pero para acompañar un toreo, un arte en movimiento, no va bien. Si el torero tiene el arte en el alma, como Curro, le puede venir bien una “soleá”, si le viene de extraños y antiguos lugares y surge inesperado y a-melódico como a Paula hay que entonar una “seguiriya”, y si el arte le viene del cuerpo como Talavante hay que ir a la “bulería”, lo demás, se deja para cantar en casa, o en el campo si se grita mucho y se molesta a los vecinos.
Ya con todo estropeado Talavante despachó de forma infame el toro mientras le despedía con un …”vete a tomar por el c….”. La gente se enfadó, con razón, le tiraron almohadillas y silbidos. Aunque parezca paradójico la afición lleva mal que se trate maltrate a los toros.. de palabra, obra y aún de pensamiento. ¿a que ya no se acordaban Uds. del catecismo del padre Astete?
¡Ah! Y esta vez se lució la banda del maestro Dueñas. Y se le aplaudió como se mereció.
10 de agosto de 2014
Cartel anunciando Arte Taurino a lo grande y de variada escuela, desde el arte clásico de siempre de Juan Serrano “Finito de Córdoba”, pasando por la magia del arte de José Antonio Morante de la Puebla – esta vez magia negra -, al “art nouveau” de JoseMari Manzanares Jr. Para acompañar esa expectativa artística nada mejor que la Real Plaza del Puerto de Santa María con un lleno de bandera y sobre todo una afición, la del Puerto, digna saboreadora del buen gusto taurino, entorno acogedor como ninguno de lo que ocurre en el ruedo, evaluadora rigurosa de lo que es verdad en el arte, comprensiva con los sinsabores y desbordante de gratitud con quien se entrega a la causa. Nada como esta afición, tan vieja como sabia, tan saboreadora de gustos como justa en los premios.
Frente a este círculo mágico de afición y toreros, un tercero siempre en discordia, los toros, esta vez los domecq de Zalduendo que fueron los protagonistas de la parte negra de la tarde. Toros de presencia terciada, algunos como el 5º bis no merecedor de plaza de 2ª y casi todos ellos muy justos de fuerza. Apenas fueron castigados en varas y sin embargo los toreros tuvieron que echar mano de su repertorio de “cuidadores” para sobrellevar los 10 minutos mantenidos sobre sus cuatro patas. Pero esta vez por desgracia no fue esa falta de trapío o de fuerza su nota sobresaliente, sino una extraña habilidad autopunitiva para dejar alguno de sus cuernos en el burladero tras enormes topetazos en él. Toros que padecían exceso de velocidad o dificultad de freno al acercarse a tablas, y TRES, ¡nada menos que TRES!, curiosamente los correspondientes al diestro de la Puebla, se dejaron un cuerno en la madera; dos hubieron de ser retirados y uno de ellos muerto sin ejercitar toreo posible. Una anécdota que estuvo a punto de hacer deslizar la tarde de gloriosa a cómica al añadirse el número tonto de los cabestros no amaestrados para su función; un lote que desesperanzó a Morante y a su público (mayoría) que asistió impotente – ¡hoy que venía con ganas!- a ver como se le iban sus sueños de competencia y triunfo por el portón del desolladero y que se salvó gracias al esfuerzo y clase de los otros dos compañeros de cartel, particularmente Josemari Manzanares.
Finito de Córdoba (azul marino y plata con algún detalle dorado) ya empezó a gustarse a sí mismo en el primero (Alfarero de 515 k) con una serie de medias verónicas llevándose el animal a los medios donde remató con una a pies juntos francamente soberbia. El toro tenía una clase enorme, acorde con su nobleza, humillaba, embestía y repetía lo que su cuerpo podía, y Finito realizó con él una hermosa faena adecuada a las posibilidades del animal, llena de lances completos, hondos, despaciosos, con una muñeca redonda o rota que traía embebido al toro hasta cerrarlo detrás de su cadera. Si no hubo más emoción acháquese a las fuerzas escasas del animal y no al conjunto que se remató con unos ayudados por alto dignos de cualquier cartel. No ejerció bien de matarife, ni con la espada ni con el verduguillo. Así y todo la afición que había saboreado el buen toreo le obligó a saludar en el tercio.
Su segundo (Señal de 465 k) tenía menos clase. Nos pareció de entrada un toro moderno de esos “ni-ni” (ni descolgaba ni repetía), y remataba siempre con la cara arriba lo que hacía muy difícil el logro de una labor encomiable. Sin embargo Finito, en los medios y lance a lance, terminó por doblegar al animal y hacer de él una meritoria faena que iniciada por el pitón izquierdo logró también completar por el lado derecho gustándose y gustando su entrega, su pulcritud y su bien torear. Lo deslucido lo puso la poca fuerza y menos clase del animal que no permitió un mayor tiempo taurino en el espacio artístico que Juan Serrano le ofreció. – ¡Qué bien toreas hijo! – fue la frase más escuchada en los tendidos.
Morante de la Puebla, tenía la suerte negra, o ya la traía en el llamativo brazalete de luto que ceñía sobre el brazo de su traje naranja-mandarina (o butano) y oro. Fue recibido con la buena expectativa de las palmas por bulerías que no conjuraron el mal fario que le acompañaba. Su primero se fué rápidamente a los corrales “manco” de un cuerno tras su saludo violento a las tablas. En el que toreó como sustituto (“Libertador” de 510 k), quería competir y demostrar su torería con el capote frente a Finito. ¡Vaya si lo logró! Después de unas verónicas “bragueteras” de recibo, realizó un quite por chicuelinas de las que la 3ª fue una posada para estatua. : – Qué bonito toreas “pisha” – le cantaron más que le dijeron desde la grada. Después de banderillas el toro rompió también otro cuerno y no pudo hacer otra cosa que matarlo.
Su segundo en suerte, 3º que intentaba torear, también se fue al carajo sin un cuerno no sin antes dar un mítin los cabestros en esa tarea ingrata de llevar a un elegido a un final deshonroso. Con estos “descornamientos” se nos iba la tarde a bromas y conjeturas tratando de explicar lo inexplicable como qué pleito tendrán entre sí Zalduendo y Morante para que uno se hurte éxitos al otro, o soñando en un futuro de la fiesta en el que a los toros se les pueda cambiar la cornamenta como a los coches de Fórmula 1. Así por ejemplo para el tercio de varas, cuernos duros; para la faena de muleta, cuernos blandos y se evitan muchos percances; para la suerte final, cuernos blando ya usados que hay mucha cercanía. ¿se imaginan Uds., a los burladeros convertidos en boxes y a los toros haciendo el “pit lane” para reajuste de sus defensas? ¡qué bien nos hubiera venido este invento en el día de hoy”! Bueno, es cuestión de pensarlo … o de soñarlo.. que viene a ser lo mismo. Mientras tanto, andaba Morante por allí con el último sobrero posible, el impresentable “Zangamanga” de 475 kilos, un gato que intentaba taparse con una cabeza casi mayor que su esqueleto. Morante, para contentar a los suyos intento hacer su “arte” con su muletita a media altura, pegando la barriguita a sus lomos. Al final se dio a sí mismo una cierta vergüenza de lo que estaba intentando y mató como pudo. ¡Los días que hay mal fario, hay mal fario!, y vestirse de esos colores, atrae la mala suerte. ¡pareces nuevo José Antonio! Tan bien recibido por palmas a bulerías y teniendo que salir entre hipos de peteneras payas.
Y vayamos al genio de hoy: Josemari Manzanares, con su habitual azul marino y oro de descargado bordado. Dos cosas para empezar: a esta familia se le da bien esta plaza (yo asistí a un indulto logrado por su padre), debe de ser cuestión de los vientos caprichosos de la zona; y segundo, yo tengo un prejuicio personal hacia este tipo de toreo, a ese que yo llamo “estilo levantino”, de mucha estética dinámica pero también de mucho toreo ventajista y sin exponer. Pero con todo esto tengo que reconocer la valía de un tipo como Josemari que viendo que la tarde se iba a pucheros, carga con la responsabilidad de levantarla, y sin un material excesivamente adecuado para ello, arma una faena que prende fuego pasional en los tendidos y por la que obtiene una petición unánime de dos orejas y larga petición infructuosa de rabo en su segundo. Ante eso me descubro como se descubriría el mismo Lagartijo que resucitara.
Antes de él. Me descubro también ante su cuadrilla: ¡que hermosos tercios de banderillas nos dieron los tres subalternos! ¡qué forma de llevar al toro a una mano de Curro Javier! ¡qué lidia cuidadosa de cada tipo de toro! ¡qué suerte de varas tan bien ejecutada sin ventajas ni ensañamientos! No es de extrañar que tantos toros le lleguen tan bien y tan dóciles a la muleta.
Aunque estoy harto de comprobar que Josemari torea y torea bien, todo lo que acomete, sea animal, amigo o periodista; no había adivinado yo el secreto de esa “muleta hipnotizadora” de la que otros hablan. Me parece que esta vez lo entendí. Josemari usa de unos avíos enormemente grandes con los que llegado al encuentro del toro le tapa la cara y sin quitársela de ahí, le deja al pobre animal ciego, sin ver nada de lo que pasa a su alrededor. Perdido el pobre toro en ese agujero negro artificial al que le mete el diestro, persigue el aire de la muleta que le precede como todos seguimos el aire de la boca de un túnel esperando ver la luz. Así, hasta que el torero tiene a bien distanciarse un poco, lo que le permite al toro observar su entorno. Eso es una serie, sin descanso, una especie de juego-toreo ”de la gallinita ciega” que encanta al personal, de faenas muy armónicas y muy geométricas –ese es el arte de la exactitud matemática -, favorecidas por el compás de los miembros inferiores de su anatomía que logra que los círculos sean amplios y casi concéntricos. Esa es la muleta más cegadora que hipnotizadora. ¿Dominó al toro? Hubiera dicho que no, porque la faena empezó en los terrenos del 3 y el toro le llevó a los terrenos del 10, pero también podría decir que sí, porque los últimos circulares que dio a ese su primero (Varadero de nombre de 510 kilos) como remate final no se pueden hacer sin un dominio claro sobre el animal. Mató regular pero el público le dió una oreja. Yo creo que también se la merecía
En su segundo y último de la tarde, “Renacer” de 480 kilos, hizo honor a su nombre, y después de una salida indecisa, reticente, negativa y desganada; ¡claro, ya era tarde!, el toro reclamaba que estaba fuera de su horario laboral, no quería hacer horas extra y costó Dios y ayuda que se aviniera a hacer su papel de toro de lidia. Cuando se enteró de ello (espoleado por la vara, los garapullos que tan bien le cayeron, y por un quite torero y gracioso que le hizo Morante) se portó como un tío, aguantó la faena, humilló y repitió lo suficiente y permitió a Josemari una primera mitad de pases largos, profundos sin tapar al toro, de los 3 tiempos clásicos, y una segunda parte de adornos primorosos que culminaron en un estoconazo final que no le dió tiempo al toro a llegar a tablas para morir, Cayó a sus pies, sin más dolor que el necesario. Dos orejas y el rabo casi por un pelo.
Y todo ello acunado por la excelente banda de música del maestro Dueñas en un final en el que creímos escuchar la versión de una “Salvaora apasodoblada” digna del silencio con el que se la escuchó, los olés que la acompañaron y la ovación final.
¡Ya decíamos que la afición del Puerto es algo especial!
En la 4ª de feria tocaba los toros de Fuente Ymbro. Este año a su propietario, Dn. Ricardo Gallardo, como está de moda, le toca asumir el don divino de la ubicuidad, y al mismo tiempo que sacaba una corrida de toros, toros en Bilbao, toros malos tanto por su condición de bravura (eran mansos) como por la de categoría moral (fueron unas “malas personas” que se cebaron con la terna; noqueando a Alberto Aguilar, abofeteando feamente a Jiménez Fortes y haciéndole un 7 al traje de Escribano como si le firmara el Zorro con su florete), aquí en el Puerto nos dejó 6 “toriyos” más adecuados a esta plaza de : ¡hijo, hijo! y del ¡”ele tu arte y tu grasia”.
Tengo que reconocer que la corrida estuvo muy bien presentada para la categoría de esta plaza, con cuatreños alrededor de los 500 Kilos, y que salvo el primero, Volante de nombre de 515 k., que flojeó al final y del último, Impávido de 555 – curiosamente el de mayor peso de la reata, dieron un muy aceptable juego, y se comportaron “suficientemente buenos y adecuados” al toreo artístico para el que se les encomendó – no digo toreo de poder y dominio – porque los toros salen ya domesticados para hacer su papel. Si alguno anduvo escaso de bravura como así fue, lo suplió con casta y genio.
A falta de otras virtudes especiales hay que hacer constar que tenían la habilidad, o manía particular, de topar contra las tablas y desmantelar las maderas de la barrera amenazando con dejar el callejón con libre acceso a la arena y viceversa. Así lo intentaron todos y lo lograron el 3º, algo menos el 4º y particularmente el 5º, que dieron tanto trabajo a los carpinteros de plaza como a los mulilleros, y lo hacían con tanta fuerza y saña contra ese límite con el que la autoridad diferencia y separa los terrenos de animales y humanos, que alguno se dejó medio cuerno en ese menester, lo que obligó a sus oponentes a torear contra asta y media, cosa que en secreto agradecieron. ¿estaban amaestrados por los alguacilillos – en su antiguo oficio de despejar el ruedo – y hacían esa tarea como signo de que el territorio de la arena era de ellos y no de tanta gente sin oficio que ocupa el callejón? Puede ser. ¿O atacaban la barrera porque veían en ella el impedimento que interfería su retorno y añoranza a la base segura de su dehesa? También puede ser. Se fueron guardando su secreto, pero es que hay días y circunstancias en los que los límites entre lo bueno y lo malo, la vida y la muerte, la verdad y la mentira, y – como en este caso- la bravura y la mansedumbre que tienen los límites muy poco definidos.
El Público ocupó solo ¼ largo del aforo. Tengo que reconocer que la tendencia asistencial del personal a las plazas de toros sigue caminos tan inescrutables como los del señor. No es fácilmente explicable que una afición que llenó hasta la bandera los dos días anteriores, estuviera tan vacía cuando lo señuelos económicos y de actantes parecían tan apetecibles ¿será que estamos hartos de ver siempre a los mismos? ¿estaremos hartos de ver espectáculos taurinos sin emoción porque los toreros que torean ahora son excesivamente superiores a los toros que les echan? Ni me atrevo a fantasear conjeturas.
Hoy además había un invitado especial, el Viento de Levante. Ese que despierta locuras imprevistas y sangres calientes gratuitamente derramadas. Cuando él aparece se convierte en un Tercero de presencia tan incómoda y de tan difícil acoplamiento, como de simbolizar el Espíritu Santo. Es un entrometido que se introduce subrepticiamente entre los vuelos de los avíos y desorienta tanto a toros como a toreros enredando más que el perro del hortelano; es como ese típico invitado molesto que ejerce como tal, creando malestar.
En esta plaza obliga además a los toreros que quiere realizar con honradez su trabajo, a llevar el tajo a terrenos entre el 4 y el 6; tendidos habitualmente desertizados de personal que huye de los calores; y así el torero, ejerce su oficio-arte gustándose y gustando tras el murmullo incierto de una observación distante, a modo de soliloquio o de aislamiento placentero y escondido más parecido a un remedo de aquellos vicios solitarios que tan bien entendían por alusiones frailes y adolescentes, que a una actividad humana creada para dramatizar arte y poder.
Y vamos con los toreros que hoy, gracias a Dios vestían en cánones de ortodoxia: celeste y oro Padilla, azul marino y oro Ferrera y tabaco y oro el Cid.
Juan José Padilla, compartió la suerte de banderillas con Ferrera y le recordamos un brillante tercer par de poder a poder; aunque a decir verdad, lo que más recuerdo de ese tercio fue la Chiclanera que tuvo a bien ofrecernos la banda de Música del maestro Dueñas.
Con el toro, no se enteró demasiado al orincipio. Toreó más el aire que él, y cuando los dos: toro y torero, se abrigaron por los terrenos del 6, ya Volante – que así se llamaba – había perdido fuerza y clase, y Juan José la chuleta de cómo había que hacerle faena. Estuvieron aún más desacoplados en la suerte de matar donde ejercieron el raro número del capicúa: primero entro con el estoque, luego con el descabello, y como el toro no se resignaba a morir de asco, vuelvo a entrar a espadas. Un número.
Con su segundo – Trasmallo – Padilla mostró lo que “lleva dentro”, un auténtico artista del espectáculo taurino – vamos a dejar la nominación “Corrida de Toros” para otros días – , y se empeño en levantar una tarde que ya iba para misa de difuntos. No se amilanó cuando al dejar el toro medio cuerno en el burladero, el personal empezó a gritar: ¡Que venga Morante o que cambien el toro!, y los dos se vinieron arriba. El toro tras una aceptable pelea en varas, el torero tras un muy buen tercio de banderillas del que resaltamos un 2º par de poder a poder en plena carrera y sin tomar ventaja sobre la carrera del toro, y un 3º de ese su estilo de “al violín” en el centro del ruedo sin más escapatoria que quiebros y sus piernas.
Desde ahí, el ciclón de Jerez pudo más que el viento de Levante, el púbico también se vino arriba en su actitud y se empezó a ver un festejo distinto, a sentirlo más cálido y cercano de lo que era hasta entonces. En los únicos terrenos posibles del 6, Padilla ejercitó una faena variada en la que junto a lances largos, hondos y con mando, se alternaban otros más ventajistas, efectistas y algo marrulleros. No importa, todo gustaba al personal, así que cuando le mató – esta vez bien – le dieron orejas y banderas de piratas.
Con un manto dibujado de signos de piratería, y envuelto en él se fue hasta los medios a saludar. Pocas veces habrá una imagen tan llamativa en cualquier espectáculo de un divo. Por extrañas asociaciones me vino a la cabeza la fábula de Hércules ardiendo envuelto en el manto de fuego que le había regalado su rencorosa amante Deyanira. Deseo que no se repita la historia y que el bueno y sufrido Juan José no se “queme” entre los adornos y “ardores” de sus fans, o que la tela que le regalaron al menos sea ignífuga.
Antonio Ferrera es un hombre modesto y sabio. Conoce miserias, esfuerzos, sinsabores, y también glorias y reconocimientos, que suele esconder bajo un hábito de timidez y aislamiento. Torea bien, y así lo demostró en su primero – “Ibicenco” de nombre para hacer memoria al lugar de nacimiento del diestro – , llevando el toro con mucho arte hasta los medios, y mostró luego su valentía en el tercio de banderillas compartido con el jerezano.
Algo ocurrió que nosotros no percibimos, pero nos pareció que el diestro tomó unas exageradas precauciones para hacer un toreo más del estilo de comer gachas (se estira el brazo se pincha tajada y se da un paso atrás) que la que correspondería a un torero tan valiente como conocedor de toros que esperábamos de él . Tal vez debió de ser por el viento porque cuando llegaron al 6, apareció el toreo más acoplado, mejor ligado y con mayores apreturas. No descartamos que este cambio estuviera influido por el pasodoble “Manolete” con el que la Banda le obsequió. Hay nombres y ecos de nombres, que todavía “turan” de uno. Mató a la 2ª, pero como recibió en ese encuentro una tarascada de la que salió encogido, dolorido y “aspaventoso”, eso tocó la fibra del personal que le dió una oreja con la misma fe que el bálsamo de Fierabrás.
Su segundo, Bullicioso, al que augurábamos escasa fuerza de inicio, apretó bien en la vara que tomó, y con su movilidad nos permitió ver un lucido tercio banderillero con los tres estilos que usa Ferrera: uno del extraño gusto del “culo arriba y al aire”, otro de “marcha militar” frente al toro para llegar caminando y quebrar en la cara (¡Ay! ¡cuántos añoranzas en ese mismo estilo de Pepe Bienvenida con su andar marchoso, pinturero y despacioso dejándose ver), y un tercero enorme de riesgo y congoja cerrado en tablas, al quiebro y sin apenas espacio para la salida.
Luego la faena estuvo llena de detalles, de buenos y hondos lances, airosos y estéticos adornos, chulapones desplantes, pero todo ello con poca ligazón. Yo me sentía un poco pesado e incómodo, en plena digestión lenta y trabajosa de un reciente plato de cocochas, de buen material pero al que el chef, probablemente entretenido en otros fogones u otros intereses particulares, había descuidado el pil-pil que terminó poco ligado a ellas. Hay cosas, como el toreo o las cocochas, que o se hacen con toda la atención y todo el amor del mundo o no salen como deben de salir.
La afición que es sabia, no le dio la oreja. Había estado bien, pero hacer Puerta Grande es otra cosa de entrega a una profesión.
Bueno, y llegamos a Manuel Jesús el Cid. Como respeto su historia voy a silenciar lo que hizo frente a sus dos oponentes: Histérico e Impávido, que así se llamaban los pobres. Con su apatía y el Levante reinante se veía venir que el encuentro con ellos presagiaba el mismo resultado infeliz que los desdichados amores del capitán Barlet y la bella Katy-Escarlata O’Hara; a ambos “Se los llevó el Viento”.
Hace tiempo que vengo diciendo que este torero está ya fuera del circuito de la competitividad. No se trata de falta de clase, que la tiene; ni de valor, que lo afirma cada día, ni siquiera de afición, que la renueva en cada compromiso. Es algo más y ya antiguo. Posiblemente MJ., no es un hombre de ambición, sino de desafíos a sí mismo. Cumplió y resolvió su reto de hacerse toreo por el camino de la dificultad en ese “corredor de la muerte de la sierra de Madrid”; satisfizo su anhelo de ser figura reconocida, y por eso Madrid le eligió como la mejor izquierda del escalafón taurino; se demostró que la valentía y el arte, el poder y a estética pueden conjuntarse y ahí se ha dejado la piel entre esos albaserradas y otras malas hierbas a los que hizo humillar y danzar. Pero cumplido esto. no tiene ese plus de fuerza necesaria para sentirse Maestro del toreo. Intento pensar que su situación no sea la consecuencia de un descenso biológico e irreversible del entusiasmo, y porque quiero conservar la esperanza de una vuelta, abogo por una causa psicológica. MJ, ¡háztelo mirar! ¡tómate una baja de larga enfermedad! ¡seguro que encontrarás algún médico amigo que te testifique una Abulia Patológica y algún psicoanalista que busque contigo la ausencia de Deseo y sus causas! No te puedo ver entrar en la enfermería al terminar el primer toro a que te reduzcan esa “hernia del alma” que con tanta aflicción paseas.
Me duele pensar y decir después de verte en ese segundo toro, con los buenos consejos del Boni, el bien llevar al toro a la carrera de El Alcalareño, el pundonor y vergüenza torera de un David Saugar Pirri, que no se permitió pasar en falso en su par de banderillas, y de la magnífica lección de pica y monta que dio Manuel Ruiz (Espartaco) en su tercio de varas, reitero: me duele decir: …..”¡Qué buenos vasallos si hubiere un Gran Señor! …..”
Dibujo 138.- ¡Toreros en el Puerto!
Bueno, eso no fue todo en la Feria del Puerto de Santa María. También hubo caballos – de noche -, novilladas sin picar – también de noche – , y otras novilladas picadas – ¿a que se imaginan también noctámbulas?- .
Sé que esta plaza es la mejor iluminada del mundo. Que verla y disfrutarla de esa manera supera a cualquier coso y que un espectáculo de Luz y Color se complementa bien con un festejo taurino. Aunque probablemente tendría mayor repercusión universal y turística con otras actividades.
Sé también que en las noches de agosto, el deseo se asoma a las estrellas esperado que alguna lágrima de San Lorenzo le sea propicia; pero eso es más bien quimera de enamorados, que prefieren acompañar esa espera con lo del baño de media noche… y lo que se tercie, … en le playa.
Así que por favor, ténganos en cuenta Sr. Empresario: Estos viejos aficionados a los Toros, no estamos para muchos trotes, y menos nocherniegos.
Saludos y …. hasta el año que viene.
2 Responses to “Feria del Puerto”
28 septiembre, 2014
Una aficionada¡Extraordinario texto! Y divertidas como siempre las acuarelas. Se añoran más…
Sin duda recalaré más veces en este mismo puerto porque consigue arribar una espléndida tarde taurina. ¡No falta nada!: brillos de los paseíllos; hondos adjetivos en los saludos; recuerdos de quites y dejes de quiebros; más las faenas de detalles; sorpresas con fandangos y buenos ecos de banda… ¡qué alegres aires ha traído que no los llevarán los vientos del tiempo!
29 septiembre, 2014
Espontánea¡Olé qué bonito! Pues sí que tiene su tauroloquia
rumbo y cartel.